domingo, 30 de enero de 2011

Alfajayucan

Alfajayucan precolombino


El origen de este municipio se ha estudiado en la estirpe de los otomíes, quienes lo llamaron “Audaxitzó” y en la estirpe de los mexicas, éstos lo llamaron “Ahuexuyucan” que significa “lugar donde crecen los sauces en el agua”; con el tiempo y los cambios culturales que se van presentando se convierte en el nombre de “Alfajayucan”, la cual es una palabra de origen árabe otomí castellanizada que significa “Lugar Excepcional”.

Dicho lugar excepcional se encuentra ubicado dentro de lo que se conoce como el Valle del Mezquital que, ni está formado por un solo valle, ni su cubierta vegetal es exclusivamente de mezquites.

En principio, hay por lo menos tres hondonadas que merecen el titulo de Valles (Actopan, Ixmiquilpan, Tasquillo) y otras en que nadie se pone de acuerdo si son valles o simples llanos (Tula, Alfajayucan).

Con respecto a la flora, vemos que hay muchas clases de matorral desértico arbustivo y una alta variedad de cactáceas. Inclusive, no son extrañas también las arboledas, ya sea de sabinos en torno a un ojo de agua, de ahuhuetes en las riberas de los arroyos, y corpulentos bosques de nogales, por último, la región puede dividirse en dos zonas: Arida e Irrigada. Esta separación es cada vez más imprecisa porque la árida cuenta hoy con nuevos sistemas de regadío (Chilcuautla, Ixmiquilpan, Alfajayucan). Y eso sin considerar otra posible zona que sería el Mezquital de la montaña, la que ya pertenecería más a la Sierra Gorda o a la Sierra Baja.

De cualquier manera, el lugar siempre será motivo de controversias. Por un lado, a pesar de que la mayoría de su territorio al que siendo de una aridez extrema, el Mezquital es el granero de Hidalgo. Es el que le proporciona el maíz, frijol, trigo, jitomate, cebolla, avena, vid olivo, tuna, tejocote, durazno, garambullo, acitron, etc; así como la cuarta parte de toda la alfalfa y el chile verde que se produce en el país. Por desgracia, tanta riqueza alimenticia es incapaz de lograr que el Valle deje de ser una de las regiones más desnutridas de México, y la que más hambre tiene de todo Hidalgo.

Esta región es la más rica del estado en manantiales termales y templados. Algunas fuentes son tan cuantiosas que alcanzan a llenar varias albercas al mismo tiempo (lñas Lumbreras, Ajacuba). Otros manantiales son tan inesperados que surgieron donde antes no había ni rastros de agua, ya sea a consecuencia de un temblor (Humedades y Dios Padre en Ixmiqulpan) o del agujero que se produjo en un banco de material (la Cantera de Tula). Los hay tan calientes que suben el termómetro a 92° C y sirven para producir energía, o tan potentes que al brotar sueltan una columna de vapor que se eleva a 120 metros de altura (Pathe). Y muchos otros de efectos medicinales, con temperaturas que van de los 30 a los 58° C (El Tephe, Tzindejéh, Taxidhó, Gandho, Vidó, Vito, Uxdejhé, La Cañada, Pathecito y Chichimequillas).

Prehispámico

Los otomíes tenían la región del valle del Mezquital como el corazón de su territorio, donde se encontraban poblados como Alfajayucan, Huichapan, Ixmiquilpan y Actopan.

Otomí

Los otomíes son un pueblo indígena del centro de México. Está emparentado lingüísticamente con el resto de los pueblos de habla otomangueana (constituyen una extensa familia lingüística que comprende a varios grupos de lenguas amerindias habladas entre el centro de México y Nicaragua, aunque sólo sobreviven las lenguas otomangueanas que se hablan en el territorio mexicano), cuyos antepasados han ocupado la Altiplanicie Mexicana desde varios milenios antes de la era cristiana. Actualmente, los otomíes habitan un territorio fragmentado que va del norte de Guanajuato al sureste de Tlaxcala. Sin embargo, la mayor parte de ellos se concentra en los estados de Hidalgo, México y Querétaro. De acuerdo con las estadísticas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México, la población étnica otomí sumaba 646.875 personas en la República Mexicana en el año 2000, lo que les convierte en el quinto pueblo indígena más numeroso del país. De ellos, sólo un poco más de la mitad hablaban el otomí. Al respecto, cabe decir que la lengua otomí presenta un alto grado de diversificación interna, de modo que los hablantes de una variedad suelen tener dificultades para comprender a quienes no hablan otra lengua. De ahí que los nombres con los que los otomíes se llaman a sí mismos son numerosos: ñätho (valle de Toluca), hñähñu (valle del Mezquital), ñäñho (Santiago Mezquititlán en el Sur de Querétaro) y ñ'yühü (Sierra Norte de Puebla, Pahuatlán) son algunos de los gentilicios que los otomíes emplean para llamarse a sí mismos en sus propias lenguas, aunque es frecuente que cuando hablan en español empleen el etnónimo otomí, de origen náhuatl.


Como ocurre con la mayor parte de los etnónimos empleados para referirse a los pueblos indígenas de México, el término otomí no es nativo del pueblo al que hace referencia. Otomí es un término de origen náhuatl que deriva de otómitl, palabra que en la lengua de los antiguos mexicas quiere decir quien camina con flechas, aunque algunos autores lo hayan traducido como flechador de pájaros. También resulta plausible que el gentilicio sea derivado del nombre de Oton, un caudillo de este pueblo que vivió en la época prehispánica. De acuerdo con los miembros del pueblo a que refiere este término, otomí tiene un sentido peyorativo porque está asociado con una imagen derivada de las fuentes coloniales y nahuas donde los otomíes son presentados como indolentes y perezosos. Por ello, desde hace algunos años ha habido un resurgimiento del empleo de los nombres nativos, especialmente en el valle del Mezquital, Querétaro y el noroeste del estado de México; territorios con un alto porcentaje de población étnica otomí. En cambio, en el oriente de Michoacán la recuperación del gentilicio nativo no ha tenido el mismo auge.

El territorio étnico de los otomíes ha sido históricamente el centro de México. Desde la época precolombina, los pueblos de habla otomangueana han habitado esa región y se les considera como pueblos nativos de las tierras altas mexicanas. Es posible que los pueblos otomangueanos se hayan encontrado en Mesoamérica por lo menos desde el inicio del proceso de sedentarización, el cual tuvo lugar en el octavo milenio antes de la era cristiana. La ocupación otomangue del centro de México remite entonces al hecho de que las cadenas lingüísticas entre las lenguas otomangueanas se hallen más o menos intactas, de modo que los miembros lingüísticamente más cercanos de la familia se encuentre también próximos en el sentido espacial. La primera fractura del grupo otomangueano ocurrió al separarse las lenguas orientales de las lenguas occidentales. El brazo occidental está compuesto por dos grandes ramas: los pueblos de habla tlapaneco-mangueana y los de habla oto-pame. Entre estos últimos se encuentran los otomíes, asentados en el Altiplano Central mexicano junto con el resto de los pueblos que forman parte de la misma rama otomangueana —mazahuas, matlatzincas, tlahuicas, chichimecas jonaces y pames—.

Los otomíes en la actualidad ocupan un territorio fragmentado que se extiende por los estados de México, Querétaro, Guanajuato, Michoacán, Tlaxcala, Puebla, Veracruz e Hidalgo. Todos estos estados se encuentran en el corazón de la República Mexicana y concentran la mayor parte de la población del país. De acuerdo con los espacios con mayores concentraciones de población otomí, este pueblo puede agruparse en cuatro vertientes: La Sierra Madre Oriental, el Semidesierto queretano, el norte del estado de México y el Valle del Mezquital. Aislados de estos grandes grupos que concentran alrededor del 80% del total de miembros de este pueblo indígena se encuentran los otomíes de Zitácuaro (Michoacán), los de Tierra Blanca (Guanajuato) y los que aún quedan en Ixtenco (Tlaxcala). Por el territorio en el que se encuentran, los otomíes viven en una intensa relación con las grandes metrópolis como la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, la ciudad de Puebla, Toluca y Santiago de Querétaro, sitios a donde muchos de ellos han tenido que emigrar en busca de mejores oportunidades de trabajo.


Los textos historiográficos sobre los pueblos mesoamericanos de la época prehispánica han prestado muy poca atención a la historia de los otomíes. Muchos siglos atrás, en el territorio que ocupaban los otomíes a la llegada de los españoles florecieron grandes ciudades como Cuicuilco, Teotihuacan y Tula. Incluso, en la Triple Alianza que dominaba el llamado "Imperio azteca", Tlacopan heredó los dominios de Azcapotzalco, con mayoría de población otomí. Sin embargo, casi nunca se mencionan los otomíes como protagonistas de la historia mesoamericana prehispánica, quizá porque la complejidad étnica del centro de México en esa época no permite distinguir las contribuciones de los antiguos otomíes de aquellas producidas por sus vecinos. Sólo hasta años recientes empieza a aparecer algún interés sobre el papel que jugó este pueblo en el desarrollo de las altas culturas de la Altiplanicie Mexicana, desde el Período Preclásico hasta la Conquista.

Es muy posible que los ancestros de los otomíes hayan ocupado el centro de México desde hace por lo menos cinco milenios, por lo que habrían participado en el florecimiento de las primeras urbes mesoamericanas.

Hacia el quinto milenio antes de la era cristiana, los pueblos de habla otomangueana formaban una gran unidad. La diversificación de las lenguas y su expansión geográfica a partir del que se ha propuesto como su origen, es decir, el valle de Tehuacán (actualmente en Puebla) debió ocurrir después de la domesticación de la trinidad agrícola mesoamericana, compuesta por maíz, fríjol y chile. Esto se establece con base en la gran cantidad de cognados que existen en las lenguas otomangueanas en el repertorio de palabras alusivas a la agricultura. Después del desarrollo de una incipiente agricultura, la proto-otomangue dio origen a dos lenguas diferenciadas que constituyen los antecedentes de los actuales grupos oriental y occidental de la familia otomangueana. Siguiendo con la evidencia lingüística, parece probable que los oto-pames —miembros de la rama occidental— hayan llegado a la Cuenca de México alrededor del cuarto milenio antes de la era cristiana y que, en contra de lo que sostienen algunos autores, no hayan migrado del norte sino del sur.

En ese sentido, es plausible que durante mucho tiempo la población del centro de México haya formado parte de la familia de pueblos hablantes de lenguas otomangueanas. A partir del Preclásico (ss. XXV a. C.-I d. C.), el grupo lingüístico otopameano se comenzó a fragmentar cada vez más, de tal manera que hacia el Período Clásico el otomí y el mazahua ya eran lenguas distintas. Si las cadenas lingüísticas del grupo otopame se encuentran concentradas y más o menos intactas en el centro de México, es posible que los grupos otomangueanos hayan ocupado sus actuales territorios étnicos desde hace mucho tiempo, lo que llevaría a reevaluar su participación en el florecimiento de poblaciones como Cuicuilco, Ticomán, Tlatilco, Tlapacoya y otras durante el Período Preclásico; pero especialmente en el desarrollo de la gran ciudad de Teotihuacan. Aunque son varios los autores que coinciden en que la población del Valle de México durante el florecimiento de Teotihuacan era principalmente otomiana, se resisten a aceptar que también los gobernantes de la metrópoli pudieron formar parte del mismo grupo lingüístico.

Los otomíes no han sido entendidos por muchos estudiosos, desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX. Esto se debe, en primer lugar, a la arrogancia de algunos miembros de la aristocracia nahua, quienes dominaban el centro de México cuando llegaron los hombres blancos a la región. Cuando los europeos preguntaron quiénes eran los otomíes, los nahuas contestaron que eran personas "torpes, toscos e inhábiles", así como "muy perezosos" y hasta "lujuriosos" (Sahagún). Las crónicas del siglo XVI, escritas en buena parte por nahuas (o por españoles trabajando con informantes nahuas), están llenas de opiniones denigrantes acerca de los otomíes (Alva:I,Motolinia).
Algunos antropólogos e historiadores modernos toman estos juicios como una especie de dogma, sin analizarlos críticamente, simplemente porque están consignados en los venerables manuscritos antiguos. Se sigue expresando la opinión que los otomíes nunca construyeron monumentos arquitectónicos, ni contribuyeron al desarrollo de la civilización mesoamericana. Algunos sugieren que eran bárbaros llegados de los márgenes septentrionales de Mesoamérica, después de la caída de Teotihuacan en el siglo VIII d.C. (e. g. Bernal: 262).
Se ha llegado a dudar de esta visión de los otomíes, después de haber analizado los datos arqueológicos, lingüísticos y etnohistóricos del centro de México. La mayor parte de los investigadores han revisado las fuentes documentales del siglo XVI, cotejando este material con los estudios arqueológicos. Pocos han cotejado estos datos con los estudios lingüísticos. Éstos nos obligan a desechar buena parte de las teorías que hoy están de moda.
Hay una rama de la lingüística que se llama la glotocronología. Es un método lexicoestadístico que permite saber, en términos aproximados, cuántos siglos de divergencia tienen dos idiomas emparentados. O sea, permite medir el tiempo, si bien de manera imprecisa, que ha transcurrido desde que dos lenguas se separaron de un tronco común. Hay estudios glotocronológicos para la familia otopame. Esta familia abarca los idiomas otomí, mazahua, matlatzinca, ocuilteco, pame del Norte, pame del Sur y chichimeco jonaz. Lo primero que impactó, cuando se estudiaron la distribución de estos idiomas en el siglo XVI, fue el hecho de que hay un estrecho paralelo entre la cercanía geográfica de estas lenguas y su parentesco lingüístico. Los idiomas similares se encuentran juntos en el espacio. Esto demuestra que los diferentes grupos otopames han ocupado aproximadamente el mismo territorio desde antes de la diversificación interna de la familia. Si se hubieran dado migraciones importantes de estos grupos durante los últimos cinco milenios, no existiría esta correspondencia geográfico-lingüística. La diversificación interna de la familia otopame se dio en el cuarto milenio antes de Cristo, cuando los habitantes del Altiplano Central de México estaban aprendiendo a domesticar ciertas plantas comestibles.. Estaban entonces en transición entre la vida nómada y las primeras aldeas agrícolas.
Visto de esta manera, es obvio que los otomíes no llegaron de otra región, sino que descienden de los habitantes sedentarios más antiguos del centro de México. Los valles centrales (de México, Hidalgo, Toluca y Morelos) estaban habitados por los antepasados de los actuales otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos, desde antes del inicio de la agricultura. Los antepasados de los otomíes fueron una de las poblaciones sedentarias más antiguas de los valles centrales.

Los miembros norteños de la familia lingüística otopame, los pames y jonaces, siguieron con una vida nómada, alimentándose de la caza y la recolección. Los pames, sin embargo, parecen haber creado una cultura intermedia, entre la vida nómada de los jonaces y la vida sedentaria de los grupos mesoamericanos, de acuerdo con la evidencia histórica y lingüística. El límite entre los pueblos nómadas y los sedentarios fluctuaba. Los estados de Guanajuato y Querétaro formaban parte de la zona fronteriza. Durante algunos periodos (especialmente el Preclásico Superior, el Protoclásico y el Clásico [600 a.C.-900 d.C.], y en menor grado durante el Posclásico Temprano[900-1200 d.C.]) estas entidades tenían asentamientos mesoamericanos. Cuando llegó Cortés en 1519 los nómadas dominaban esta zona.


Los otomíes y sus parientes lingüísticos de Mesoamérica (los mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos) descienden de los habitantes sedentarios más antiguos del centro de México. Estos grupos probablemente pueden identificarse con los restos arqueológicos de la cuenca de México y los valles circundantes (de Hidalgo, Toluca, Morelos y parte de la zona poblano-tlaxcalteca) durante los periodos Preclásico y Clásico (
2000 a.C.-900 d.C.) Teotihuacan fue una metrópoli multiétnica, aunque es probable que la población base y tal vez los gobernantes hayan sido otopames


La destrucción violenta del centro de Teotihuacan marcó el principio del fin de la hegemonía otopame en el Altiplano Central de México. Los nahuas empezaron a llegar desde su lugar de origen en el noroeste de Mesoamérica. En el siglo X d.C. formaron un estado militar, llamado por algunos el Imperio Tolteca. Uno de sus principales centros de poder fue Tula, en el sur del valle del Mezquital, Hidalgo. Se inició el desplazamiento de los otomíes y sus parientes lingüísticos, los mazahuas, hacia las tierras menos fértiles de la zona. Cuando la ciudad de Tula fue destruida, hacia mediados del siglo XII, los otomíes parecen haber recuperado parte de su antiguo poderío.

Hacia 1428 un grupo de nahuas llamados los mexicas, desde su ciudad lacustre de Mexico Tenochtitlan, lograron convertirse en la mayor potencia militar de la cuenca de México, acabando con el poder de Azcapotzalco. Formaron la Triple Alianza, de Mexico Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan. Dentro de pocas décadas habían conquistado casi todo lo que quedaba del territorio otomí, incluyendo el valle del Mezquital. Los otomíes tuvieron que pagar tributo a los nahuas de la Triple Alianza, en la forma de productos agrícolas, textiles, uniformes para guerreros y servicio militar. Guerreros otomíes formaron parte de los ejércitos imperiales mexicas.

Wright Carr señala que:

Lejos de ser un pueblo dominado, los otomíes formaban parte esencial del panorama político, militar, económico y social del Centro de México.


Cuando llegó Cortés al Altiplano Central de Mesoamérica en 1519, los otomíes del valle del Mezquital, zona donde actualmente se encuentra Alfajayucan, pagaban tributo a Tlacopan (ciudad de la Triple Alianza). Servían en los ejércitos del Estado Mexica. Donde terminaban los asentamientos otomíes en el Norte, terminaba el territorio dominado por los mexicas, y terminaba la civilización mesoamericana.


Después de la caída de Mèxico Tenochtitlan, Cortés asignó los pueblos dominados a los conquistadores, valiéndose del sistema de la encomienda, a través del cual los encomenderos tenían el derecho de gozar del tributo pagado por los indígenas de una zona determinada. Con las encomiendas venía la obligación de evangelizar a los indígenas. Llegaron frailes franciscanos, agustinos y dominicos para convertir a los nativos. Estos cambios económicos, sociales y políticos causaron un movimiento por parte de algunos otomíes del valle del Mezquital hacia el noroeste.

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